El Gol Que No Se Grita Por Respeto

Jugar contra tu ex equipo es siempre especial. Esa camiseta que alguna vez defendiste, que sudaste, que amaste, ahora está enfrente. 

Y cuando llega el gol contra ellos, algo cambia. Puede ser el tanto que define un partido, incluso una final, pero el respeto tiene un peso que aplasta cualquier impulso de festejo. 

Los recuerdos se amontonan: entrenamientos bajo la lluvia, vestuarios llenos de risas, viajes interminables en micro, abrazos después de una victoria y lágrimas después de una derrota. 

Todo eso viene de golpe, como una película que se proyecta en la cabeza mientras la pelota cruza la línea de gol.

Porque hay goles que se gritan como si fueran el último aliento de la vida, que se celebran con abrazos, saltos y lágrimas en los ojos. 

Son los goles que te inflan el pecho y que te recuerdan por qué amás este deporte

Pero también existen otros, más extraños, más íntimos, que en lugar de explotar en euforia se quedan atrapados en la garganta

Son goles que duelen tanto como alegran, que te obligan a bajar la mirada mientras por dentro sentís una mezcla imposible de orgullo y melancolía.

El fútbol no es solo pasión desbordada: también es memoria, códigos y respeto. Y ahí, en esa frontera invisible entre la emoción y la lealtad, habita el silencio más noble que puede regalar este deporte. 

Porque hay goles que se festejan a los gritos… y hay goles que se honran con un silencio eterno.


Ese Silencio Que Vale Más Que Mil Gritos

El fútbol argentino está hecho de gestos. De miradas, de códigos invisibles, de tribunas que saben leer lo que no se dice. 

El jugador que no grita un gol ante su ex club no lo hace por miedo ni por obligación. 

Lo hace por amor. Por gratitud. Por una historia que no se borra con el pase a otro equipo ni con un sueldo más alto. 

Lo hace porque ahí, del otro lado, hay gente que alguna vez lo ovacionó, lo bancó en las malas o le enseñó a soñar.

¿Quién no recuerda a Cristiano Ronaldo cuando metió un impresionante gol de tiro libre contra su ex equipo el Sporting de Lisboa y se giró hacia la hinchada con una mirada que decía “Lo siento pero esto es lo que hago”?

¿O cuando Chicharlison marcó un gol contra su ex equipo el Everton y se inclinó respetuosamente ante la hinchada y no lo celebró?  Más tarde en el partido, anotó su segundo gol y justo cuando estaba a punto de quitarse la camiseta para festejar recordó que era contra su antiguo Club. 

¿O el mismo Killian Mbappé, siempre un crack, anotó con el Mónaco demostrando aunque con cierta duda su respeto por el club?

No se trata de frialdad. Al contrario. Se trata de una emoción tan profunda que paraliza. De un respeto tan genuino que silencia. 

Porque gritar ese gol sería como traicionarse a uno mismo. Como darle una cachetada al pasado. Como morder la mano que te dio de comer.


Cuando El Gol Duele Más De Lo Que Alegra

El gol es lo máximo. El objetivo final. El momento cumbre. Pero a veces, cuando se mete contra los tuyos, duele.

Aunque estés del otro lado. Aunque ya no uses esa camiseta. Aunque seas profesional. Porque el corazón no cambia de colores por una transferencia.

¿Y los hinchas? También hay hinchas que no gritan un gol por respeto. Aunque su equipo lo haya metido. Aunque el partido lo merezca. 

Porque a veces el que cae es un amigo, un primo, un barrio. A veces el gol se le hace al club del que uno es hincha en secreto. A ese club que nos vio crecer, pero al que la vida no nos dejó alentar como queríamos.

Hay pibes que hacen un gol en una final y no lo gritan porque del otro lado está el club de su infancia. 

Hay viejos que aplauden un gol rival porque fue una obra de arte, aunque les haya dolido.

Porque el respeto también se construye desde el otro lado. Desde el que sabe perder. Desde el que entiende que el fútbol es más que un resultado.


Goles Que No Se Gritan… En El Barrio

En el fútbol amateur, el respeto se vive distinto, pero se siente igual. Hay partidos entre equipos del mismo barrio donde nadie quiere herir a nadie. 

Torneos de los domingos donde dos primos juegan en equipos distintos y, si uno mete un gol, el otro lo abraza igual. 

O torneos donde el goleador del torneo hace un gol a su ex equipo del club de la infancia y se lo dedica a su viejo entrenador, pero sin gritarlo.

Porque en los potreros también hay memoria. También hay respeto. 

Ahí es donde se forman los códigos más fuertes. Donde te enseñan que no todo vale.Que un gesto vale más que un festejo.

Y no es que falte hambre de gloria. No. Es que hay momentos donde la gloria se mide en silencio.


El Día Que Palermo No Gritó Un Gol

Corría el año 2006. Boca enfrentaba a Estudiantes en La Plata. Y Martín Palermo, ídolo Xeneize, volvía a enfrentar al club donde empezó todo. Esa tarde metió un gol. Un golazo. Pero no lo gritó. Se mordió los labios.

¿Quién puede decir que Palermo no ama los goles? Nadie. Pero ese día, ese gol, fue distinto. 

Porque los sentimientos estaban mezclados. Porque el Pincha lo había formado, lo había bancado cuando era flaquito y desgarbado. 

Porque ahí había empezado el mito. Y Palermo lo sabía.

Ese gesto lo inmortalizó aún más. No solo como goleador, sino como hombre. 

Porque en un fútbol cada vez más mercantilizado, un acto de respeto se vuelve una joya.


La Cultura Del Respeto En Los Goles

No gritar un gol no es un mandato. No es una regla escrita. Es una elección. Una señal de que el fútbol puede ser pasional sin ser cruel. Que se puede competir sin olvidar de dónde venís.

En tiempos donde todo se viraliza, donde cada festejo se vuelve meme o captura, elegir no festejar es ir contra la corriente. Es plantarse. Es decir “gracias” en medio del vértigo.

Y eso tiene un peso simbólico enorme. Porque muestra que los jugadores no son solo máquinas de hacer goles. Son personas. Con historia. Con sentimientos. Con raíces.

Y los hinchas, aunque les duela, lo entienden. Porque todos, alguna vez, fuimos ese jugador que volvió. Ese hincha dividido. Ese pibito que soñaba con jugar en Primera pero nunca se olvidó del club de barrio donde empezó todo.


Conclusión

El gol que no gritaste no es un gol menos. Es, quizá, un gol más completo. Más maduro. Más humano.

Es un gol que habla sin decir. Que respira memoria, gratitud y códigos. 

Es un gol que trasciende el resultado. Que no se festeja con los brazos, pero sí con el corazón.

Y vos, que estás leyendo esto, seguro tenés uno. Ese gol que no gritaste. Ese gol que miraste en silencio, con los ojos brillosos. 

Porque sabías que el respeto valía más. Porque entendías que, en el fondo, el fútbol es más que meterla.

El fútbol también es saber cuándo callar. Y ahí, en ese silencio, muchas veces está el verdadero grito del alma.

¡El respeto también es parte del fútbol!


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