En el fútbol argentino hay puestos que van más allá de la táctica. Tienen peso simbólico, herencia emocional, esencia de potrero. El ‘5’ es uno de esos roles que no se discute.
Se respeta. Se admira. Se aprende a querer desde chico. Es el que se ensucia, el que ordena, el que mete, el que piensa. En un país donde el fútbol se vive con el corazón, el ‘5’ es el que mejor lo representa adentro de la cancha.
Desde los tiempos de Fernando Redondo, con su clase y elegancia europea, pasando por el alma guerrera de Javier Mascherano, hasta llegar al compromiso inquebrantable de Enzo Pérez, el puesto de volante central ha ido tomando diferentes formas, sin perder jamás su importancia vital dentro del equipo.
A continuación, vamos a recorrer su historia, sus transformaciones, sus protagonistas y, sobre todo, por qué en la Argentina, si tenés un buen ‘5’, tenés medio equipo asegurado.
El origen del mito: El ‘5’ como corazón del equipo
En la jerga futbolera argentina, el ‘5’ no es solo un número. Es una función, un carácter, una actitud.
Surgió en el fútbol histórico cuando los equipos usaban la WM clásica (3-2-2-3), una táctica inglesa que fue pionera en darle orden al juego: tres defensores, dos volantes defensivos, dos ofensivos y tres delanteros.
Ahí, el mediocentro empezó a tener un rol clave como bisagra entre la defensa y el ataque, y a partir de entonces, el ‘5’ se volvió el alma del equipo.
Con el correr de las décadas, el puesto se fue redefiniendo, pero en Argentina mantuvo siempre su esencia: el ‘5’ es el que recupera, distribuye y organiza. El que equilibra y da el primer pase.
Técnicos, jugadores y hasta hinchas coinciden en algo: un equipo sin un buen ‘5’ está condenado a la confusión.
Es que el ‘5’ es el que habla, el que marca el ritmo, el que pone orden cuando todo parece caos.
Por eso, ser ‘5’ en la Argentina no es para cualquiera. Hace falta temple, inteligencia, compromiso y una cuota de rebeldía.

¿Qué es la WM clásica (3-2-2-3)?
Una WM clásica es una formación táctica histórica del fútbol que se representa como 3-2-2-3.
Allá por la década del ’20, un tal Herbert Chapman, técnico del Arsenal inglés, rompió los moldes con esta formación que, vista desde arriba, dibujaba una doble letra W y M sobre la cancha.
Fue una revolución total. En una época donde se jugaba al ataque desenfrenado con cinco delanteros, Chapman plantó bandera con una idea más ordenada, donde la defensa, el equilibrio y las transiciones empezaban a cobrar protagonismo.
La WM proponía tres defensores bien plantados, dos volantes de contención que cortaban todo lo que pasaba por el medio, dos interiores que conectaban juego como si tuvieran GPS y tres delanteros que daban amplitud y profundidad.
Un dibujo que, sin saberlo, dio origen a los esquemas más utilizados hoy, como el 4-2-3-1 o el 4-3-3.
¿Cómo se distribuye en la cancha?
3 defensores:
- Generalmente, un central (líbero) y dos stoppers o marcadores.
- Son los que forman la “W” en defensa.
2 mediocampistas defensivos (volantes de contención):
- Se ubican por delante de la línea de tres, encargados de cortar el juego rival y apoyar a la defensa.
2 mediocampistas ofensivos (interiores o enlaces):
- Actúan como creadores de juego, conectando la defensa con el ataque.
3 delanteros:
- Dos extremos y un centrodelantero, formando la parte final de la “M”.
- Proveen amplitud y profundidad en ataque.
¿Y qué tiene que ver esto con el ‘5’ argentino?
Todo. Porque en esa línea de dos mediocampistas de contención se empezó a forjar el perfil de ese jugador que en Argentina se convirtió en mito: el que barre, ordena, empuja y juega.
La WM no solo fue una idea táctica; fue el primer escenario donde el ‘5’ empezó a tomar forma como el corazón de un equipo.
La WM es una formación madre del fútbol moderno, y aunque hoy ya no se utiliza tal cual, sus principios tácticos siguen vivos en muchos esquemas actuales.

Redondo: el príncipe elegante
Fernando Redondo fue una rareza dentro del fútbol argentino. Surgido de Argentinos Juniors y luego consagrado en el Real Madrid, fue el ‘5’ que desafió los estereotipos.
No era el que se tiraba al piso a cortar ni el que jugaba con los dientes apretados. Era el que le ponía música al mediocampo.
Con su zurda fina, su postura erguida y su capacidad de manejar los tiempos, Redondo representó a una especie de artista en el puesto de volante central.
Fue criticado por algunos por no ser «guapo» como otros. Pero quienes saben de fútbol entendieron siempre que Redondo jugaba un deporte más inteligente, anticipando, leyendo el juego.
Su actuación en la Champions League 2000 con el Real Madrid, especialmente en Old Trafford frente al Manchester United, quedó como una de las exhibiciones más elegantes de un ‘5’ en la historia moderna.

Mascherano: el alma de una generación
Del otro lado del espectro está Javier Mascherano. Surgido en River, curtido en la Selección desde las juveniles y múltiple referente del equipo nacional, el Jefecito encarnó todo lo que representa el ‘5’ de garra.
Con una entrega insólita, una lectura de juego impresionante y una voz de mando que unía a todos, Masche fue durante más de una década el corazón de la Albiceleste.
Su actuación en el Mundial de Brasil 2014 quedó tatuada en la memoria de todos.
El cruce milagroso a Robben, los penales ante Holanda, las arengas en los vestuarios…
Todo lo que se espera de un ‘5’ argentino estuvo encarnado en él. No solo cortaba y distribuía: transmitía. Él hablaba con la pelota y con la mirada.

Enzo Pérez: el guerrero inesperado
Y cuando parecía que no habría otro Mascherano, apareció Enzo Pérez.
Un tipo que empezó jugando más suelto, pero que con el correr de los años se fue transformando en un ‘5’ todo terreno.
Enzo simboliza lo que es adaptarse, bancar la camiseta y ponerse al hombro un equipo. En River, se transformó en referente total del mediocampo, liderando con voz baja pero juego enorme.
Su partido como arquero improvisado frente a Independiente Santa Fe, por la Copa Libertadores 2021, es una postal de lo que representa.
Un ‘5’ que hace lo que sea por su equipo. Que no pregunta, que se pone los guantes si hace falta. Que no negocia el esfuerzo. Esa es la argentinidad pura del ‘5’.

Otros ‘5’ que dejaron huella: Simeone, Cambiasso y Gago
La historia del fútbol argentino está plagada de grandes volantes centrales.
Diego Simeone, por ejemplo, combinaba entrega y llegada al gol.
Cambiasso, con su técnica y lectura, fue pieza clave en el Inter multicampeón.
Y Fernando Gago, con sus pases filtrados y su juego limpio, también representó una versión moderna del ‘5’ pensante.
Cada uno con su estilo, pero todos cumplieron con el mandamiento básico del volante central: ser el equilibrio del equipo. El que pone pausa o acelera.
El que limpia una jugada complicada. Y, sobre todo, el que está siempre bien ubicado.
Evolución táctica del puesto: del doble cinco al pivote moderno
En los últimos años, el puesto de ‘5’ también evolucionó. Ya no es sólo el que raspa.
El fútbol moderno exige que también juegue. Que tenga buen primer pase, que sepa girar, que entienda los espacios.
En muchos casos, se juega con doble cinco, dividiendo funciones entre un más posicional y otro con llegada. O incluso con un ‘pivote’ único, que es el responsable de construir desde atrás.
En este contexto, los ‘5’ argentinos siguen siendo codiciados en el mundo. Porque están formados desde chicos con la cabeza puesta en leer el juego.
Ellos entienden la presión, la transición y la entrega. Porque saben lo que significa ponerse la camiseta y dejar el alma.
El legado del potrero
Antes que las academias, los drones y los GPS, estuvo el potrero. Esas canchas de tierra donde aprender a marcar era una cuestión de supervivencia. Ese pedazo de tierra pelada, con arcos hechos de piedras o camperas, donde nacen los verdaderos guerreros del fútbol argentino. Y si hay un puesto que lleva tatuado el potrero en el alma, es el del ‘5’.
Porque ahí, en esas canchitas improvisadas donde la pelota pica mal, donde el piso es traicionero y no hay árbitro que cobre nada, se aprende lo más difícil: leer el juego sin tanta teoría, marcar con el corazón, recuperar con hambre y entregar la pelota con nobleza.
Muchos de los grandes ‘5’ que marcaron época, desde Redondo hasta Enzo Pérez, se criaron esquivando pozos y barridas al límite.
El potrero te da calle, te da intuición, te enseña a anticipar no solo con los ojos, sino con el alma. Te hace rápido de cabeza y valiente de cuerpo. Ahí no se negocia la entrega. No hay cámaras ni estadísticas avanzadas, pero sí hay mirada viva, voz de mando y una personalidad que no se compra ni se entrena.
Por eso, el potrero sigue siendo cuna de cracks. Allí se aprende a jugar con alma. Y eso, ningún GPS ni dron lo puede medir. Porque quien aprendió a jugar ahí, está listo para bancarse cualquier cancha. Especialmente si quiere ser ‘5’.
Conclusión
En el fútbol argentino, el ‘5’ no es uno más. Es el que se pone el equipo al hombro.
Es el que habla cuando hay que hablar y el que mete cuando hay que meter. Es el que juega, ordena, grita y a veces hasta se pelea con el mundo.
De Redondo a Enzo Pérez, pasando por Mascherano y tantos otros, el puesto del ‘5’ se ha llenado de nombres que dejaron marca, que pisaron fuerte.
Porque en la Argentina, si tenés un buen cinco, tenés algo más que un jugador clave.
Tenés un líder. Tenés un alma. Y tenés fútbol del que vale la pena ver y recordar.
Y eso, para el hincha argentino, no tiene precio.
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